No os podéis ni imaginar lo mucho que me está costando esta
reseña. He perdido la cuenta de los borradores que he desechado y es que quiero
decir tantas cosas, que podría escribir un libro completo de crítica
a esta obra. Cuando empezamos el blog, prometí que no haría
críticas de esas que solo se fijan en lo malo, y que casi parecen hechas por un
estreñido que lleva años sin mojar, pero es que os prometo que no puedo hacer
otra cosa. Es más, me está creando una grave crisis existencial hasta el punto
de estar completamente convencida de que me lo he leído mal o de que me he
saltado páginas. Puede que sea demasiado inmadura para este libro y que dentro
de unos años lo comprenda y lo alabe, pero es que ahora mismo, simplemente no
puedo. Así que, sea, aún a riesgo de que alguien quiera asesinarme por ello os
traigo mi crítica a La Cruz de los Ángeles de Antonio Lázaro.
AVISO: como este blog es para divertirnos y pasárnoslo bien,
he decidido cambiar un poco el estilo de la crítica mediante la narración de mi historia
sentimental con el libro.
Nuestra relación no empezó mal. Era un libro atractivo, con una
trama interesante. La historia se centra en un símbolo cristiano rodeado de
milagros y misticismo, la cruz de Caravaca. Tras un poco de introducción
histórica pasamos a la época actual donde el investigador Bruno Dampierre
recibe el encargo de recuperar la cruz para sus legítimos dueños, la Iglesia.
Para ello, debe embarcarse en un crucero a través del Mediterráneo donde lo aguardan
peligrosas aventuras. No es un argumento muy novedoso pero este tipo de novela
suelen ser bastante entretenidas y efectivas.
Un punto que le concedo al autor es que se nota que se ha
documentado mucho para la escritura de esta obra, algo de lo que siempre
cojean otros libros. Hasta aquí la relación va viento en popa –vamos, lo que
vienen siendo la lectura de la sinopsis y los primeros capítulos–.
Pero todo comienza a torcerse. Conozco al protagonista y “héroe”,
a Bruno, un hombre que me cae irremediablemente mal y al que tengo ganas de
patearle el culo. De tan culto e instruido que es, parece un sabelotodo; se
monta tremendas pajas mentales y tiene la curiosa concepción de
que una disección de la obra de Dante es un tema apropiado y perfecto para una primera
cita –os juro que me he reído muchísimo con esta escena, al imaginarme a mi
misma en semejante cita–. Pero todo el mundo tiene fallos y no iba a dejar que
lo que podía ser una maravillosa historia de amor con este ejemplar de papel se
fastidiase por un desatinado protagonista, así que me armé de paciencia y
continué.
Y descubrí que en esta obra también hay sitio para el amor,
y así Bruno conoce a Irene Laínez, una bella morena que lo enamorará al
instante, pero que a mi parecer, al igual que ocurre con Bruno es un personaje
demasiado predecible. Mi relación con el libro ya se encuentra al borde del precipicio,
hasta que conozco a Segismundo Bufor, un anciano relacionado con el misterio de
la cruz y que aporta un punto interesante a la historia. De hecho, es el único
personaje que me convence medianamente y con el que casi llego a conectar, el
resto del elenco es a mi parecer aburrido, típico y bastante soso.
Así que mi escarceo amoroso continúa pero está en punto crítico. Me gusta pensar en nosotros
como una "pareja terrorista", de esas que rompen y vuelven cada cinco minutos. A
pesar de sus 327 páginas, el libro se hace muy largo y las escenas de acción
tienen poco peso y están muy distanciadas. Esto hizo que abandonase su lectura
en numerosas ocasiones, pero el remordimiento y la esperanza de que el libro
mejorase, siempre me hacía darle una nueva oportunidad –soy toda una
sentimental, ya lo sé–. Y que conste que le he perdonado errores muy graves
como que algunas tramas quedan completamente inacabadas –viene a mi mente el
pobre Abu Babá, un radical islamista que también persigue la cruz pero que cuya
única intervención en el libro consiste en amenazar a Dampierre; ya está, no se
vuelve a saber nada más de él y eso que en teoría también buscaba la cruz–.
Sin embargo, el factor que realmente determinó que decidiese
romper (con) este libro fue su prosa. Intentaba embaucarme con palabras cultas,
muy cultas, demasiado cultas –tan cultas que tuve que acudir a mi viejo amigo,
el diccionario de la RAE, para saber qué pretendía decirme–. La lectura en ocasiones se vuelve demasiado
fangosa, pues acabas rodeado por densas descripciones y un vocabulario
demasiado rebuscado que aparece hasta en los diálogos haciéndolos completamente inverosímiles. Os muestro una pequeña descripción
sacada del libro:
Iluminado a ráfagas por la frágil luz anaranjada de los pilotos y otras por la mera irradiación de la luna, atravesó oscuras dependencias auxiliares, con maquinaria en desuso o reparación, cuerdas tiradas por el suelo y grasientos anaqueles atestados de cachivaches. En un rincón de aquel cuartucho pudo ver una colchoneta; a su lado, un cenicero aparecía colmado de colillas. Supuso que alguno de los trabajadores se había adaptado aquel chiscón para tomarse un respiro entre faena y faena.
¿A que mi niño dice palabras muy románticas? ¡Decidme que sí, por dios, que yo no me he enterado de nada de lo que me ha dicho! Pues en fin, que nuestra pequeña aventura acabó fatal. Esto era la crónica de una ruptura anunciada y no me pesa ni un ápice el haber abandonado a este pequeño –y mal– amante.
Puntuación: 3/10 (en serio, estoy siendo generosa)
Imágenes: Suma de letras.
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