01 septiembre, 2013

Crónica de una ruptura anunciada.



No os podéis ni imaginar lo mucho que me está costando esta reseña. He perdido la cuenta de los borradores que he desechado y es que quiero decir tantas cosas, que podría escribir un libro completo de crítica a esta obra. Cuando empezamos el blog, prometí que no haría críticas de esas que solo se fijan en lo malo, y que casi parecen hechas por un estreñido que lleva años sin mojar, pero es que os prometo que no puedo hacer otra cosa. Es más, me está creando una grave crisis existencial hasta el punto de estar completamente convencida de que me lo he leído mal o de que me he saltado páginas. Puede que sea demasiado inmadura para este libro y que dentro de unos años lo comprenda y lo alabe, pero es que ahora mismo, simplemente no puedo. Así que, sea, aún a riesgo de que alguien quiera asesinarme por ello os traigo mi crítica a La Cruz de los Ángeles de Antonio Lázaro

AVISO: como este blog es para divertirnos y pasárnoslo bien, he decidido cambiar un poco el estilo de la crítica mediante la narración de mi historia sentimental con el libro.





Nuestra relación no empezó mal. Era un libro atractivo, con una trama interesante. La historia se centra en un símbolo cristiano rodeado de milagros y misticismo, la cruz de Caravaca. Tras un poco de introducción histórica pasamos a la época actual donde el investigador Bruno Dampierre recibe el encargo de recuperar la cruz para sus legítimos dueños, la Iglesia. Para ello, debe embarcarse en un crucero a través del Mediterráneo donde lo aguardan peligrosas aventuras. No es un argumento muy novedoso pero este tipo de novela suelen ser bastante entretenidas y efectivas.

Un punto que le concedo al autor es que se nota que se ha documentado mucho para la escritura de esta obra, algo de lo que siempre cojean otros libros. Hasta aquí la relación va viento en popa –vamos, lo que vienen siendo la lectura de la sinopsis y los primeros capítulos–.

Pero todo comienza a torcerse. Conozco al protagonista y “héroe”, a Bruno, un hombre que me cae irremediablemente mal y al que tengo ganas de patearle el culo. De tan culto e instruido que es, parece un sabelotodo; se monta tremendas pajas mentales y tiene la curiosa concepción de que una disección de la obra de Dante es un tema apropiado y perfecto para una primera cita –os juro que me he reído muchísimo con esta escena, al imaginarme a mi misma en semejante cita–. Pero todo el mundo tiene fallos y no iba a dejar que lo que podía ser una maravillosa historia de amor con este ejemplar de papel se fastidiase por un desatinado protagonista, así que me armé de paciencia y continué.


Y descubrí que en esta obra también hay sitio para el amor, y así Bruno conoce a Irene Laínez, una bella morena que lo enamorará al instante, pero que a mi parecer, al igual que ocurre con Bruno es un personaje demasiado predecible. Mi relación con el libro ya se encuentra al borde del precipicio, hasta que conozco a Segismundo Bufor, un anciano relacionado con el misterio de la cruz y que aporta un punto interesante a la historia. De hecho, es el único personaje que me convence medianamente y con el que casi llego a conectar, el resto del elenco es a mi parecer aburrido, típico y bastante soso.

Así que mi escarceo amoroso continúa pero está en punto crítico. Me gusta pensar en nosotros como una "pareja terrorista", de esas que rompen y vuelven cada cinco minutos. A pesar de sus 327 páginas, el libro se hace muy largo y las escenas de acción tienen poco peso y están muy distanciadas. Esto hizo que abandonase su lectura en numerosas ocasiones, pero el remordimiento y la esperanza de que el libro mejorase, siempre me hacía darle una nueva oportunidad –soy toda una sentimental, ya lo sé–. Y que conste que le he perdonado errores muy graves como que algunas tramas quedan completamente inacabadas –viene a mi mente el pobre Abu Babá, un radical islamista que también persigue la cruz pero que cuya única intervención en el libro consiste en amenazar a Dampierre; ya está, no se vuelve a saber nada más de él y eso que en teoría también buscaba la cruz–.


Sin embargo, el factor que realmente determinó que decidiese romper (con) este libro fue su prosa. Intentaba embaucarme con palabras cultas, muy cultas, demasiado cultas –tan cultas que tuve que acudir a mi viejo amigo, el diccionario de la RAE, para saber qué pretendía decirme–.  La lectura en ocasiones se vuelve demasiado fangosa, pues acabas rodeado por densas descripciones y un vocabulario demasiado rebuscado que aparece hasta en los diálogos haciéndolos completamente inverosímiles. Os muestro una pequeña descripción sacada del libro:


Iluminado a ráfagas por la frágil luz anaranjada de los pilotos y otras por la mera irradiación de la luna, atravesó oscuras dependencias auxiliares, con maquinaria en desuso o reparación, cuerdas tiradas por el suelo y grasientos anaqueles atestados de cachivaches. En un rincón de aquel cuartucho pudo ver una colchoneta; a su lado, un cenicero aparecía colmado de colillas. Supuso que alguno de los trabajadores se había adaptado aquel chiscón para tomarse un respiro entre faena y faena.


¿A que mi niño dice palabras muy románticas? ¡Decidme que sí, por dios, que yo no me he enterado de nada de lo que me ha dicho! Pues en fin, que nuestra pequeña aventura acabó fatal. Esto era la crónica de una ruptura anunciada y no me pesa ni un ápice el haber abandonado a este pequeño –y mal– amante.

Puntuación: 3/10 (en serio, estoy siendo generosa)

Imágenes: Suma de letras.

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