El sonido del cristal
rompiéndose, era demasiado para su resacosa cabeza. Tony alzó la mano y se frotó
los ojos pero ni así lograba alejar el intenso dolor. Se giró hacia un lado,
dispuesto a bajarse de la incómoda cama a ciegas, sin embargo, se encontró con
un bulto extraño. Con demasiada pereza como para abrir los ojos, empezó a
palpar. Su mano, le descubrió un sinfín de curvas, hasta culminar en unos
enormes pechos. Los apretó un par de veces. Definitivamente, ahí había
silicona.
−¡Ah! Te despiertas
juguetón, ¿eh? –la desconocida lo empujó, y se sentó sobre él. Llevó su mano
directamente a la entrepierna de este, mientras que con la otra le arañó el
pecho denudo. Tony abrió los ojos de golpe.
−¿Qué coño?
Stark saltó, tirando a
la mujer hacia un lado y escabulléndose en dirección contraria. Le faltó cama,
y cayó estrepitosamente al suelo, donde un lecho de botellas de Jack Daniels lo
esperaba. Muchas se rompieron, cortando y desgarrando la piel de su torso y
piernas. Ni siquiera le dolió, porque los chillidos histéricos de la
desconocida le destrozaron los tímpanos.
Al levantarse no pudo
evitar cortarse todavía más. La chica, de cabellos oscuros y brillantes ojos
verdes lo miraba con una expresión de terror, señalando a su pecho, incapaz de
articular palabra. Tony bajó la mirada, tenía varios cristales clavados. En un
alarde de masculinidad, apretó la mandíbula, y se sacudió el pecho, como
restándole importancia. En seguida lamentó su error. El vidrio se clavó más
profundamente y la chica comenzó a gritar de nuevo.
−¡Cállate, joder!
Pareces un taladro –gruñó Tony. Su cabeza estaba a segundos de explotar.
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