Se encontraba aturdido. La sobrecarga sensorial le sacaba la poca energía que tenía. Todo su cuerpo reclamaba atención al mismo tiempo. Dolor en cada centímetro de su cuerpo. Un intenso zumbido destrozándole la cabeza. Su vista estaba demasiado borrosa, apenas distinguía donde estaba, pero había luz. Mucha luz. El hedor del humo y la gasolina lo mareaban. Peter Taft solo quería dejarse ir.
Sin embargo no podía
cumplir su deseo. El mar de sensaciones en el que se hallaba sumergido lo
anclaba cada vez más al mundo terrenal. El dolor se intensificó. Su visión
comenzó a aclararse, mientras el olor se atenuaba. Rojo y negro dominaban el
panorama, aunque con pequeñas pinceladas anaranjadas que iban y venían. Poco a
poco, su mente recuperó la consciencia, lo suficiente para saber dónde estaba.
Los recuerdos llegaban a ráfagas. Nueva York. Un coche verde. Victor Yates.
¡Victor!
Ladeó la cabeza, y el dolor recorrió sus nervios con mayor intensidad. Lo soportó como malamente pudo, tenía que comprobar que Victor estaba bien. Miró al lado del copiloto, que había quedado justo por encima de él. Un cuerpo colgaba laxo del cinturón de seguridad. Los brazos sin vida, y las peirnas atrapadas bajo la tapicería, en una posición grotesca. Ríos de sangre mancillaban su cuerpo, y caían directamente sobre él en forma de cascada. Peter Taft, cubierto de la sangre de su amado Victor, lanzó un aullido de dolor.
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